Better call Saul
Ese es el nombre de un conocido spin off de Breaking bad, una gran serie que seguramente, si estás leyendo estas palabras, conocías y/o viste.
Saul Goodman, protagonista de la serie siempre decía: Better call Saul, speedy justice for you!
La traducción de esto es: Mejor llamá a Saul. Justicia rapidita para ti!
Y esa, aunque parezca una frase más, tiene algunos matices extraordinarios.
“Justicia rapidita”, una sentencia que a primera vista parece nada, pero que después de reflexionarlo unos segundos suena -sin ninguna duda- a algo contradictorio en sí mismo, a oxímoron.
La justicia rápida, la justicia fácil, ¿qué es lo que tiene de malo? No quiero ahondar en el valor de la justicia (tantos otros han escrito sobre ese tema antes que sin duda no tiene sentido que yo intente aportar allí) lo que sí vale la pena decir es que, la justica de hoy, si hay algo que no tiene que ser, es fácil y rapidita.
Se supone que la justicia va a tomar cualquier hecho con tiempo, cautela y sin sentimientos para entender de la manera más fría posible qué pasó. Luego va a tratar de profundizar en cada detalle para determinar cuál sería la reacción o respuesta más adecuada de parte de la sociedad para ese hecho en particular. Eso le da garantías a todos que el proceso, aunque arbitrario, por supuesto, intenta ser lo más imparcial posible, aunque -claro está- ya sabemos de antemano que eso es inalcanzable. Pero al menos tiene ese Norte.
Quiero decir , no importa cuál es la resolución final que la justicia pueda tener sobre un caso en particular sino a lo que apunta. Importa que se escuchen todas las voces y se trate de empatizar con todos, para de esa manera entender cabalmente qué pasó y qué reacción podemos tener.
Este proceso de abstracción nos salva del ojo por ojo. Si una persona pisa a otra con el auto, la justicia nunca va a determinar que el padre de la víctima pise con su auto al hijo del conductor. O sea, la evolución natural de la justicia en el tiempo tiende a una mayor abstracción y por lo tanto a un proceso más refinado que no sea tan nocivo para la sociedad toda. Como diría Gandhi: Ojo por ojo, y el mundo se quedará ciego.
A medida que bajamos el nivel de abstracción, ese ideal de justicia concreta se vuelve cada vez más cercano. La aguja de la imparcialidad, que apuntaba allá a lo lejos y que sabíamos que no íbamos a poder alcanzar nunca, de repente empieza a apuntar más cerca. Lo justo ya no es eso que entendíamos todos como técnicamente inalcanzable pero que intentábamos lograr, sino que empieza a ser algo más asequible y donde no interesa tanto su profundidad.
En otras palabras, con menos abstracción facilitamos el camino para entender que lo que nosotros sentimos en un momento en particular, es justo, es el castigo que “se merece” y si omito detalles fundamentales en el medio, pues seremos injustos con un montón de gente, después de todo: “para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos”. Frase que desde su esencia acepta y convive con lo injusto, con lo desigual hacia el otro, por supuesto. Aceptamos cierta injusticia cuando es hacia alguien más, nunca cuando es hacia nosotros.
¿Cuándo bajamos el nivel de abstracción de la justicia?
Hay muchas formas de hacerlo y últimamente se ha vuelto muy popular una en particular: la justicia por mano propia.
Cuando dejamos de delegar en la sociedad el ejercer justicia y nosotros tomamos la antorcha para ejecutarla, estamos tomando un atajo dentro de esos procesos que al menos garantizan la menor cantidad de inequidad posible. No nos importa, si somos injustos, pues por algo será.
Esa apología de la injusticia, o mejor dicho, de la justicia rapidita, tiene una forma archipopular hoy en el escrache en las redes sociales.
Por un parte importa más la acusación que el hecho o a quién o cómo se acusa. Además, se presenta como cierta una versión única e inequívoca de los hechos, que penaliza y juzga ya no solo al acusado sino también a quienes puedan dudar de la precisión de muchos detalles que describe.
Además del hecho que está comprobado que el alcance de un dicho difamatorio es muchísimo mayor que el de una corrección a una difamación. O sea, estamos ante un evento que podríamos entender como irreversible y eso vuelve a esta concreción de “lo justo” un poco más alejada de su objetivo, ya que ante la imprecisión o error, no hay vuelta atrás posible.
Entonces tenemos esa estructura de “justicia inmediata”, donde algunas veces se logran los resultados que se proponen (asumo yo que el resultado ideal es terminar en la justicia que imparte el sistema), pero que la mayoría de las veces su “mejor resultado” es castigar a alguien porque la persona que escracha cree que es lo correcto y nada más.
¿Dónde está el problema?
Claro que muchas veces personas que hicieron cosas que no están bien o cosas aberrantes no recibieron una respuesta de parte de la justicia que se pueda considerar adecuada, y ahí el asunto se vuelve complejo, porque es doloroso ver que muchísimas situaciones se resuelvan de maneras que parece muy claro que no debería ser así. Por ejemplo, un montón de abusadores, asesinos, psicópatas y personas que simplemente actuaron de maneras muy cuestionable, muchas veces se entiende que no hicieron nada malo, porque faltan las pruebas, etc. Y eso claro que es una porquería. No debería ser así. Pero en el sistema que tenemos, se supone que se trabaja para que progresivamente eso vaya cambiando y el margen de error sea cada vez menor.
La tecnología aquí juega a nuestro favor, un ejemplo claro es el uso del ADN o las huellas digitales para esclarecer crímenes. Este tipo de avances significa, sin ninguna duda, un salto importante para la justicia en sí.
No digo de seguir las reglas del juego por lo que es la justicia hoy, o lo que fue ayer, sino aceptarlas por su modalidad de trabajo, por el objetivo al que se apunta.
Pero igualmente se vuelve turbio el panorama. Parece que las soluciones definitivas no funcionan del todo. Al final de cuentas la injusticia indigna y es un sentimiento totalmente legítimo, el estar desesperado o enojado o furioso porque algo se presenta o se estructura injustamente. No sé cuál es la respuesta adecuada a eso.
El subjetivómetro es muy difícil de manejar, ya que para alguien muy radical, la única solución posible para todos los crímenes es la muerte y esa radicalidad, por más que pueda ser válida, tiene que ser de alguna manera contrapesada por el sistema (y me imagino yo, en la mayoría de los casos descartada).
De esta manera nos situamos frente a un sistema que necesita muchísimo de la discusión y de la charla, pero además de la acción y de la discriminación.
Al otro extremo
Sentándonos un rato en el mostrador de enfrente, es muy frustrante saber que una persona que te hizo algo muy malo está ahí como si nada, repitiendo ese comportamiento con otros.
De nuevo, no sé cuál es la solución. No estoy diciendo que todos los escraches sean malos, solo que la metodología del escrache es inadecuada como solución real.
En otras palabras, no es una propuesta aceptable cuando nos pasa algo, o cuando vemos algo injusto, ya que para eso contamos con otros medios mucho más eficiente y legitimados.
Y si consideramos que esos medios no están reaccionando adecuadamente a un problema, pues tenemos que tratar de cambiar esos medios en lugar de usar el escrache para escarmentar a alguien a través de las redes.
Tratemos de curar la enfermedad, no de tomar una aspirina que nos brinde una solución por 20 minutos.
Conclusión
Quiero que quede claro que esto no es un ataque a los escraches en sí, o a las personas que hacen escraches, sino una discusión sobre la legitimidad de ese tipo de manifestaciones.
O sea, no interesa poner en tela de juicio por qué se está escrachando a alguien sino el mecanismo en sí.
Recapitulando, así como el hecho de que algunas veces la justicia que imparte el Estado falle equivocadamente no invalida a todo el sistema, tampoco el hecho de que muchos escraches tengan fundamentos válidos y ciertos no legitima ese procedimiento.