Fernando Marichal

Lic. Fernando Marichal

Comunicador - Desarrollador

El aislamiento virtual

El COVID-19 nos trajo varias cosas, algunas obvias y otras no tanto. No voy a nombrar las obvias porque ya las conocemos todos, pero quizás sí valga la pena hablar sobre las otras.

De la mano del COVID-19 vino el aislamiento (en muchos casos voluntario, en otros no tanto).

Estamos aislados, estamos solos a la merced de esas sirenas tentadoras y letales que son las redes sociales.

Con sus arrullos, como cuchillos, acarician el rostro y lo flagelan. Son seductoras, amigables, divertidas, son todo aquello que deleita y entretiene. Es fácil quedar obnubilado por toda esa información compatible con nuestro pensamiento, con todas esas manifestaciones de otras personas de nuestros propios deseos y pensamientos. Es fácil quedar a merced de las rocas.

No es nada nuevo que las redes sociales manipulan nuestro contexto virtual para mostrarnos lo que queremos ver, para señalarnos las cosas que nos van a dar gracia y quién es la persona indicada que escuchemos en determinado momento de nuestro derrotero virtual.

Las redes nos dan todo y nosotros comemos. Una zona segura y controlada. La gente molesta ya fue bloqueada previamente y los comentarios que nos gustaron ya fueron aplaudidos en público como corresponde.

Sin embargo afuera de nuestro circuito virtual están los otros. En el mundo exterior viven los que no podemos controlar, los que no podemos bloquear o callar con un clic. Esas personas son las que no estamos viendo ahora. Ni esas ni otras. Pero especialmente esos individuos nos brindan algo especial. Esos seres tan antipáticos, al final del día nos muestran cosas distintas de las que pensamos y de las que nos mostraba la red.

La tía supernazi te enseña

Cuando hablamos con el tío fascista o la prima homofóbica, nos vemos obligados a argumentar y a explicar un montón de cosas. Muchísimas veces (pero en serio, piensen en eso, muchísimas veces) tenemos que explicar principios que a nosotros nos parecen son súper obvios y que se estructuran en el más sencillo silogismo. ¿Y qué pasa? Eso que era tan obvio, no le resulta evidente para nada a la otra persona. Y les tenemos que volver a explicar pero con otras palabras y tampoco nos entienden y tenemos que empezar a construir un discurso alternativo, aunque muy parecido al original, para tenderle un puente al otro. Nosotros también aprendemos con ese puente que tendemos, porque vemos que hay otros que opinan distinto y que lo que era tan lógico hace 10 minutos capaz que para otros es totalmente forzado.

O sea, siempre aprendemos, ya sea que nos expliquen algo o mientras lo explicamos, aprendemos todos. Ese contacto físico casi obligatorio que nos impone la vida social, familiar, es importante para construir un matiz en nuestro pensamiento, o un área de incertidumbre, cubierto por esas conversaciones con personas que poco tienen que ver con nosotros ideológicamente pero que sin embargo nos quieren y queremos.

Amanece así una estructura realmente extraordinaria y cotidiana, donde uno, desde el cariño, intenta entender al otro y compartir algún punto en común. Ese cariño es la pasta que casi por arte de magia, ayuda a ceder en algunas ideas, forzar algún que otro concepto y aceptar algún supuesto erróneo, en pos del entendimiento. Te entiendo, mitad porque hago un esfuerzo grande, mitad porque vos también te esforzás y todo esto porque al final del día nos queremos. En mi entendimiento también está mi empatía y mi cariño, está el reconocer que a lo mejor podemos entendernos en alguna cosa y crecer juntos.

Si no nos vemos, no podemos intercambiar con la tía radical y si no podemos hacer eso el puente con el otro se empieza a alejar.

Súbitamente nuestras ideas empiezan a ser más claras, más extremas, más irreverentes y aplastantes… Nos empezamos a volver radicales… Muy radicales.

Las redes sociales por otra parte nos muestra un espejo que otras personas también construyen con ideas idénticas a las nuestras. Todo tiene sentido. Todo se vuelve fácil de analizar. El otro está más equivocado que nunca. Y desde allá, desde el fondo, una voz se escucha por lo bajo que pregunta: ¿y cómo estamos nosotros?

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